Esta es la historia de
cualquier estudiante al que le mandan un denso y laborioso trabajo, pero con la
supuesta ventaja de tener que entregarlo a largo plazo. Utilicemos a Jaimito,
un chaval de unos 16 años, como modelo a la hora de actuar ante esta situación.
Nada más recibir la noticia,
nuestro personaje dice: “Buah, quedan 3 meses para entregar la tarea. De momento,
ni me lo voy a plantear”. Aparentemente, esto no tiene nada de malo, ya que,
con todo el tiempo que tiene por delante, no es necesario que lo haga tan
pronto, ¿no?
Pasan los 2 primeros meses y
llega el tercero y definitivo. Es entonces cuando Jaimito se acuerda de aquel
trabajo tan cansino que tenía que hacer. Se dice para sí: “Bueno venga, hoy lo
empiezo”. Sin embargo, cuando llegue a casa, se pone a ver la tele, a merendar,
con el móvil... Cualquier cosa, hasta jugar con el perro y su pelota de tenis,
es más interesante que empezar el tedioso trabajo.
Al llegar el día siguiente, un
sentimiento de culpa comienza a corroerle por dentro: “Hoy sí que sí. Tengo que
ponerme con el trabajo por narices (o alguna otra expresión más contundente)”.Sin
embargo, ¿qué le pasa al pobre Jaimito cuando vuelve a su casa después de un
día de colegio agotador? Sencillamente, no hay ganas. Además, tiene todo el mes
para terminarlo. Realmente, no hay prisa.
Con esta cantinela, nuestro
protagonista sigue sin hacer el trabajo hasta que llega el final del mes y se
le mezcla con unos exámenes de temario amplio. El final de esta historia es
demasiado predecible: o bien optará por no hacer el trabajo, o bien hará el
trabajo pero no estudiará nada y, por tanto, suspenderá.
Es una situación tan típica,
que me atrevería a decir que se produce en todas las clases de todos los
colegios. Por ello, es motivo más que
suficiente para que nos planteemos la siguiente pregunta: ¿qué habría pasado si
Jaimito, en vez de dejarlo todo para el final, hubiese realizado el trabajo
poco a poco y desde el primer día, teniendo mucho más tiempo para corregir los
fallos que cometiese?
Es muy probable que, al hacerla
con tiempo suficiente y sin prisas, la tarea fuese mil veces mejor que la que
realmente haría mal y a última hora. Es hora de
aplicarse el cuento.
Por la calle del
"después" se llega a la plaza de "nunca". Luis Coloma
Jorge G.
Jorge G.
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